Hay una música de lobo en las calles de enero,
un cubil de cristales rotos en cada esquina
rueda sobre el lamento un negro cielo de espinas,
es un atormentado pellejo que anuncia el pudridero.
Podría ser el nuevo territorio del miedo,
extraños que dan vueltas con sublime disciplina
y el humo del cansancio nublando la retina,
como un juego del frio y su fervor severo.
Ni siquiera la nieve sabrá domar lo turbio de la mente,
ni siquiera el ruido que doblega y sentencia
cuando pone en la piel su lengua de serpiente.
Se desquicia la música porque no tiene herencia,
la vida es mas pequeña si la miras tras la lente,
todas las tardes son rutina en aras de la ausencia.