Ciertamente soy culpable,
responsable de ese rostro
demacrado
por los llantos que no
cicatrizan
los lamentos del tiempo
desgarrado.
Que no me perdonen el
dolor ocasionado,
guárdenlo en las cámaras
del infierno,
como se guardan las
estrellas
en las noches frías de
invierno.
No renuncio a este
silencio amargo,
me consumen los pesares a
cada momento,
y aunque busco con ahínco
mi pecado…
agoto mi paz interna entre
el miedo y el tormento.
Maldigo el juicio de los
perversos
por multiplicar sin motivo
mis heridas,
porque de lo único que
soy culpable
es de vivir
apasionadamente mis días.
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