Ensimismado por la opacidad que
genera el sistema que nos propone bajadas constantes de tensiones para no hacer
demasiado gasto a esta fórmula propuesta por ineptos acomodados que legislan
subidos a poltronas más arriba de las montañas del olimpo, consiguiendo que la
vida interior sea un afluente a punto de ser agrietado por insólitas emociones
renacidas de alguna estación del olvido.
Y es que hemos pasado de una
dulce postura acompañada de pétalos de ámbar con sabor a esencia de vida, a una
indolente apatía producida por el caos absurdo de paranoicos cuentacuentos que
nos venden el recuerdo como si fuera algún fruto prohibido.
Que se me olvidó que ver la luz
del mundo es sentirla en el vacío, que la ilusión tan solo es quimera, que el
hombre crece vendido, que todo es un proyecto sin resultados positivos, que el
hambre es un espíritu corrosivo, que la libertad cuesta mantenerla tanto como
el “fuego divino”, que la muerte es el recuento de un tiempo no vivido, que el
vivir con estas costas tiene un fuerte olor a podrido.
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