En la enciclopedia del colegio,
personajes destacados del siglo xx venían detallados como seres
terribles, fuera de órbita, dañinos para la mente y posiblemente
fuera verdad para un sistema autoritario donde la utopía y la
ilusión te clasificaba como engendro nocivo.
Y conocí el otro miedo,” el viejo
topo”, el correr, el saber que hubo la primavera de los claveles,
las multicopistas, a los Paco Ibáñez que galopaban hasta
enterrarlos en el mar y supe de Trotsky, de sus andanzas para con
los parias, y supe que sí había esperanza.
Supe que se ensanchaban las carreteras
para ocultar las cunetas, que se plantaban olivos para ocultar
esqueletos, que el rojo de la bandera en realidad era sangre para una
hiena, que muchas gentes de esta tierra eran apátridas por culpa de
una guerra.
La
lenta tarde envuelve el olvido
como
un sueño que se adormece con resignación,
tenemos
la costumbre de beber lo vivido,
de
morir a medida y sin imaginación,
abrazar
a quien no te quiere con jadeos
a
besar a dioses de barro y poner el grito en el cielo,
a
tener nostalgia de la insolencia sin ajetreos
al
morbo que produce arrastrarse por el suelo,
marchar
distraído entre el fango y el fuego
quemarse
el corazón sin llama que se arrime,
montarse
en el tren de la risa sin que sea un juego,
tener
en nuestra caja de truenos el amor sublime,
nostalgia,
piedad, celos y sangre,
orgullo,
pasión desmedida metida en los huesos,
morir
por tus vientos y pasar hambre,
no
ganar esta batalla,carecer de tus besos.
Tarde
desprovista de sombras a medida,
de
cinismo y zapatos sin tacones,
de
silencios a la carta en una botella perdida,
en
un amor escondido en una jauría de leones.
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