miércoles, 10 de agosto de 2016

                                                                                 XVII

En la enciclopedia del colegio, personajes destacados del siglo xx venían detallados como seres terribles, fuera de órbita, dañinos para la mente y posiblemente fuera verdad para un sistema autoritario donde la utopía y la ilusión te clasificaba como engendro nocivo.
Y conocí el otro miedo,” el viejo topo”, el correr, el saber que hubo la primavera de los claveles, las multicopistas, a los Paco Ibáñez que galopaban hasta enterrarlos en el mar y supe de Trotsky, de sus andanzas para con los parias, y supe que sí había esperanza.
Supe que se ensanchaban las carreteras para ocultar las cunetas, que se plantaban olivos para ocultar esqueletos, que el rojo de la bandera en realidad era sangre para una hiena, que muchas gentes de esta tierra eran apátridas por culpa de una guerra.

 La lenta tarde envuelve el olvido
como un sueño que se adormece con resignación,
tenemos la costumbre de beber lo vivido,
de morir a medida y sin imaginación,
abrazar a quien no te quiere con jadeos
a besar a dioses de barro y poner el grito en el cielo,
a tener nostalgia de la insolencia sin ajetreos
al morbo que produce arrastrarse por el suelo,
marchar distraído entre el fango y el fuego
quemarse el corazón sin llama que se arrime,
montarse en el tren de la risa sin que sea un juego,
tener en nuestra caja de truenos el amor sublime,
nostalgia, piedad, celos y sangre,
orgullo, pasión desmedida metida en los huesos,
morir por tus vientos y pasar hambre,
no ganar esta batalla,carecer de tus besos.
Tarde desprovista de sombras a medida,
de cinismo y zapatos sin tacones,
de silencios a la carta en una botella perdida,
en un amor escondido en una jauría de leones.

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