Tiempos de una verticalidad abrumadora,
sin espacio para la utopía, delirante su fantasía por su cruda
realidad. No era un lujo la comida, era necesidad, era un hambre de
esperpento, de justicia estomacal, de llorar por las migajas aunque
el pescado podrido te hiciera sentirte mal. Era una lucha hilarante
el dormirte sin pensar lo que nos depararía el mañana, todavía
quedaba tiempo para que todo aquello pudiera cambiar…
Volví a hacer el camino
buscando socorro humano,
de nadie encontré ayuda,
todo el esfuerzo fue en
vano.
Las tribulaciones me
acosaban
y las llamas me envolvían,
el corazón me asfixiaba
las ideas de la mente se
perdían.
Tan fuerte sonido levantan
las trompetas de metal
laminado,
el hombre yace frustrado,
los querubines a coro
cantan.
Altos cipreses sombrean
las tumbas del campo
santo,
apagada la luz de la vida,
tinieblas claman espanto.
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