jueves, 21 de julio de 2016

                                                                                 
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Al final de la calle están las tapias –actualmente es un centro de la Comunidad de Madrid, pero antiguamente era un correccional, lugar donde eran encerrados los chicos que se portaban de manera inadecuada, con lo que éramos sistemáticamente amenazados con entrar allí si nos portábamos mal, -cosas de padres- pero la grandeza de dicho muro para los chicos del barrio era ir a sacar las balas que estaban incrustadas desde la guerra civil española, sin datos para aseverar dicho comentario, pero que los viejos del lugar aseguraban que allí hasta se hacían fusilamientos- ya se sabe “chismes”, lo cierto es que nosotros las sacábamos y las convertíamos en nuestro tesoro, un hoyo en la tierra con ellas debajo y cristales de colores encima, quedaba bonito, era obligatorio dárselas a la guardia civil, pero era nuestro tesoro…


Ciertamente soy culpable,
responsable de ese rostro demacrado
por los llantos que no cicatrizan
los lamentos del tiempo desgarrado.

Que no me perdonen el dolor ocasionado,
guárdenlo en las cámaras del infierno,
como se guardan las estrellas
en las noches frías de invierno.

No renuncio a este silencio amargo,
me consumen los pesares a cada momento,
y aunque busco con ahínco mi pecado…
agoto mi paz interna entre el miedo y el tormento.

Maldigo el juicio de los perversos
por multiplicar sin motivo mis heridas,
porque de lo único que soy culpable
es de vivir apasionadamente mis días.

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