III
No hace mucho una ministra propuso
pisos de 30 metros para parejas o jóvenes con aspiraciones de
independizarse y le llovieron las protestas. La corrala de mi calle,
donde yo vivía, tenía varias casas de ese tamaño, incluso algunas
eran la mitad de la propuesta, en una de esas estábamos alojados
seis, cinco de nosotros (incluidos mis padres) dormíamos en la misma
cama, y la pequeña en un capacho encima de dos sillas. El palacete
tenía una habitación con cortina que daba al fogón, ese era todo
el espacio, además compartíamos el retrete de taza turca con el
resto de vecinos. Un barreño en el patio era el aseo, donde mi
madre, con piedra pómez, nos restregaba para sacarnos la roña
acumulada durante nuestras partidas al basurero. Pero dentro de la
casa teníamos otros habitantes que compartían el calor del hogar,
ingentes cantidades de chinches incrustados en el colchón de borra
que se alimentaban de nosotros hasta saciarse, y encima de nuestras
cabezas una orgia de piojos anidaba en cada raíz, procurándonos el
placer de rascarnos. Imposible recordar la cantidad de tardes sentado
en la banqueta mientras mi madre se daba al noble arte del despioje,
aquello sí que era maestría, cada chasquido entre las uñas era
otro triunfo para ella, para mí…un aire de independencia.
Extinguido, el cuerpo se
hace ceniza,
nuestro nombre caerá en
el olvido,
el espíritu se disipará
en el aire,
quedará de él un
recuerdo desvalido.
Nadie tendrá memoria de
su obra,
aunque le bañen de oro la
mortaja,
le cubran la losa de
guirnaldas
y su epitafio brille como
alhajas.
Porque es destino del
hombre
agarrarse fuerte a su
suerte,
y nacer es el primer paso
del
camino sin retorno hacia
la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario