martes, 13 de noviembre de 2012

DESPERTAR DEL SUEÑO

Pisando los vomitos del asfalto,
cruzastes la playa,
y te seguí en tu camino luminoso,
en tu caminar de fresco hilo de manantio.

Y un cura miró la brisa de tu cuerpo,
en el desnudo desierto de la playa
un cura miró la brisa de tu cuerpo.

¿era pecado? no, no era pecado la mirada
de aquel ministro del señor 
que dicen creó la belleza,
no podía ser pecado de aquel cura
bebiendo lentamente la más hermosa obra de Dios.

Y miré al cura que apartó sus ojos sedientos
de la fresca fuente de tu cuerpo,
y yo seguia mirándote, poseyéndote
en mitad de la playa quemada,
con esa inocente naturalidad con que
se poseen los maravillosos perros.

Y pensé en el sueño del amor,
en el olor que en la penumbra de la alcoba
en siesta adormece sin que nos sea posible
alcanzar su tacto extraño.

Y pensé en el sueño del amor,
en tu verdad desnuda,
sin la verticalidad que hacía mover
tus caderas para el poeta y el cura.

Y pensé en tu temblor, en tu miedo,
en tu entrega a esa verdad
llena de maravillosas porquerias.

A esa verdad llena de todas las miradas,
todos los suaves apretones de manos y
los besos rapidos en las sombras de los jardines.

Soñé en la palidez de mi mano
que se haría casi inmaterial
para no dañarte, que te tocaria sin sonido,
hablandote en el mudo lenguaje
que tiene la boca de los dedos.

Y soñé en el adverso de mis dedos cantando tus rodillas,
subiendo como el aceite por tus muslos y
ahogandose en tu flor estremecida y húmeda,
y haria oir tu voz de pétalo caido.

Y soñé en el adverso de mis dedos
llenandote de hormigas las suaves colinas de tu vientre
y rodeado con anillos de lumbre
los pezones de tus pechos.

Y soñé en el cantar de sus picos
llenando de canciones de lumbre
las palmas de mis manos,
y soñé en el desierto...

Te dejaria el agua tan cercana,
pero la arrojaría lejos cúando tus labios la pidieran,
te dejaría que caminaras por una playa solitaria
y que tus zapatos de sombra de gacela
pisaran interminablemente el asfalto.

Y tu piel, la camelia de tu rostro
que erguias desafiando al sol
fuera enyodada, rayada,
como el traje de la selva en los ritos salvajes del amor.

Y yo sufriría de tu sed, mordería tu nombre de manzana,
y cuándo fueras un largo y calido camino
me beberia tus ojos...

Mordería el aliento de tus labios y dormiriamos juntos
en el dulce pantano de la blanca locura.

Eras alta, con una altura llena de equilibrio
para alcanzar en tu estatura
el pleno movimiento que ondulaba
el abanico de tus caderas.

Luego el cura y el poeta pisaron los vomitos del asfalto
y la muchacha besó el cielo de la locura.

                                                                                                      Camino de Santa Justa

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